La boda campesina, Pieter Brueghel el Viejo, (c. 1566 - 1569)
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Ser el segundo plato o tus modales en la mesa

Ana, la rubia peligrosa, tiene un pequeño «defecto»: va dejando inspiraciones allí por donde va. Su sutileza brilla cuando exclama: «Tengo una teoría o dos…» y, al final, hasta parece que la idea fue tuya.

Nuestras pequeñas conversaciones algunas veces versan sobre lo divino y lo humano: «¿Uno tendrá los mismos modales en la mesa que en la cama?» o «¿De dónde viene la expresión No me gusta ser el segundo plato de nadie?». Porque no nos gusta ser la segunda opción, pero no parece importarnos tanto ser el postre y eso que este suele ocupar el tercer puesto, incluso el cuarto o quinto, en un menú.

Teorías haberlas, haylas (casi todas desde una perspectiva emocional), así que he preferido indagar en el posible origen de la expresión y, fíjate por dónde, esto me ha llevado a los buenos modales en la mesa.


TU LUGAR EN LA MESA

En la Edad Media, la mesa era el lugar donde se demostraba si el caballero era tan caballero y la dama tan dama, además, en ella se reflejaba la clase social a la que pertenecías.

Y es que no hay nada como tener las necesidades básicas colmadas, entre ellas el comer, para que al ser humano le dé por complicarse la vida y pensar en metas más elevadas, es decir, en tonterías varias.

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Una fiesta medieval salvaje (El banquete en el bosque de pinos, Sandro Botticelli, 1483).

Así se impusieron normas de comportamiento en la mesa entre las clases más pudientes, quienes celebraban fastuosos banquetes y que fueron convirtiéndose en rituales con tanta regla para su organización.

La Iglesia consideraba a los banquetes inmorales. Aún así —no podía ser de otra manera—, serían los clérigos ilustrados quienes comenzaran a escribir en latín normas de comportamiento durante las comidas. Después vendrían los tratados destinados a los miembros de la sociedad cortesana.

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Detalle del Códex Buranus (Cármina Burana, ss.XII-XIII)

Las reglas del decoro y de las buenas maneras se multiplicaron y complicaron, y con ellas uno se distinguía de los toscos y rudos comportamientos del pueblo llano. Este afán por destacar y quedar mejor que otros dio lugar a una rápida propagación de los buenos modales a las clases más bajas.

Como diría un tal Gastón de Tourneur, autor de La historia de la etiqueta en la mesa:

El refinamiento en la mesa es uno de los síntomas de decadencia de una nación.

SER EL SEGUNDO PLATO EN UN BANQUETE

Un buen banquete que se precie constaba de:

Mesas largas (tablas sobre caballetes), cubiertas con lienzos enormes que servían tanto de mantel como de servilleta. Y eso cuando ponían los lienzos.

Lo de la cubertería aún estaba por inventar: La historia del tenedor llegaría con el Renacimiento —por supuesto, la Iglesia lo clasificó de invento del diablo—. Cada invitado llevaba su propio cuchillo (daga o puñal), aunque lo hubiese utilizado previamente para matar a alguien; pero oye, si sirve para trinchar carne…

Estaba bien visto comer con tres dedos de cada mano, así que una de las primeras normas fue limpiarse las manos antes de comer. Lo de los tres dedos suena un poco extraño, pero se tendía a mantener el meñique limpio. ¿Ese gesto tan pijo de tener el meñique estirado? Pues para no manchártelo y poder usarlo a modo de cucharilla.

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Señor flipando al ver una cuchara. Via: medieval reactions.

La cuchara, a pesar de ser conocida ya en el Neolítico, tenía poco uso fuera de las cocinas y era objeto casi exclusivo de los poderosos. Los platos caldosos se servían en escudillas, el antecesor del cuenco, y se bebía directamente de ellas. Eso sí, nunca con la boca llena y el morro previamente limpio. Al igual que con el vaso o jarra, lo usual era compartirlas cada dos o tres comensales:

Hubo casi ochocientos caballeros sentados a la mesa y no hubo ninguno que no tuviera dama o doncella para su escudilla.

Y sí, ahí comenzaba el romance en la mesa. Generalmente, las escudillas se compartían entre familiares, pero claro, siempre habría algún caso de «caballero busca doncella para compartir plato». Si el caballero quería llegar a buen puerto debía de ser galante: le ofrecería los mejores trozos a la dama, dejaría que bebiera ella primero de la copa…

Honra siempre a tu mujer comiendo con ella en el mismo plato e invítala a comer lo mejor, pues si es mujer de bien, te amará siempre y te apreciará más (…) Nunca comas en un mismo plato con tus hijos ni con tu sirviente, sino haz que se mantengan humildes y sometidos a ti, para que así te reverencien.

—Francesc Eixemenis: siglo XIV. Com usar bé de beure i menjar (Curial, Barcelona, 1977) cap. 36

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Isabella (Lorenzo e Isabel, John Everett Millais,1848–1849). Via: PecArte.

Los alimentos sólidos, como la carne, se servían sobre una rebanada de pan viejo, también llamado tajadero o tajador. En muchas casas, estos «platos» se empapaban en grasa y se dejaban en el Plato limosnero, lo que viene a ser el segundo plato, para distribuirlos entre los pobres.

Igualmente, en las bodas se servía primero a los invitados de más alto rango; una vez satisfechos, se servía lo que quedara a esos segundos platos, es decir, a los invitados menos importantes. Normal que, desde entonces, nadie quiera ser un segundo plato.

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35 comentarios en “Ser el segundo plato o tus modales en la mesa

  1. Los comedores de polenta… ese cuadro lo teníamos colgado en un restaurante que trabajé hace años.
    Muy interesante tu entrada.
    Cuando era pequeño me encantaba comer en casa de mis abuelos en el pueblo. Sin platos y sin vasos. Cada cual con su tenedor comía directamente de la paella,
    Y se bebía agua del botijo, y los mayores el vino de la bota…

    Un abrazo

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    • A mí me sigue gustando comer directamente de la paella y usar el pan a modo de «plato» para lo que se tercie. Por otro lado, he de reconocer que me encantaría tener la costumbre de «vestirme de etiqueta» para cenar, aunque sea para un bocata con la familia. Será mi punto decadente 🙂 .
      ¡Gracias por pasarte y comentar!
      Abrazos

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  2. icástico dijo:

    Interesante. La iglesia siempre fue una hipocritona, he conocido muchos más curas gordo que delgados, anda que no les va una buena pitanza, en casa de mis abuelos se comía de coña, allá por los 60, no faltaba cura de rango a los banquetes, coloradotes, yo veía cómo se aflojaban el cinturón para que les entrara más mondongo) No me extraña que escribieran normas de comportamiento durante las comidas, estaban en todas.

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  3. Bueno, bueno, alucinada me hallo después de semejante post.
    Extraordinario trabajo de investigación y reto superado con la explicación del «segundo plato»
    Eres la caña!!!
    Me encantan tus post que siempre me enseñan cosas nuevas pero con este, te sales.
    Y no, no nos gusta nada ser el segundo plato, pero después de saber que era ese pan sobrante empapado en grasa….mucho menos. De limosna nada!!
    Enhorabuena!! Corona de laurel para ti hoy!
    Besos de primer plato y de postre.
    PD: La próxima duda gastronómica vengo corriendo a por ti!!

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  4. lostalleresdenatalia dijo:

    Qué interesante….Está claro que estamos hablando de una sociedad jerarquizada, cuyo ascenso social era imposible, ni en la mesa ni en ningún sitio. Menos mal que las cosas han cambiado….(menos de lo que yo quisiera), y lo de ser el segundo plato es una frase que esgrimen, en concreto, las mujeres para jactarse de su orgullo femenino. Y ahí no radica el ser más o menos mujer, ni mucho menos. Y todos hemos sido segundos platos y terceros y…¿qué más da?. Tanto institucionalismo me da hasta pereza.
    Gran entrada!!!!

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    • ¡Gracias, guapa! Y sí, aún nos queda mucho por recorrer, tal vez no haya tanta jerarquización social como en aquella época, pero seguimos sin poder pasar muchas barreras y eso que los siglos pasan.
      Personalmente, no creo que lo del segundo plato lo digan solo las mujeres y por orgullo (que también).
      Muchos abrazos

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  5. Hola Cook,
    en la Edad Media, los banquetes eran un momento esencial de la vida social de las clases elevadas. Además de lujosos y copiosos (me gustaría saber quién era el guapo que se comiera ahora esas abultadas bandejas) se amenizaban con música y toda clase de diversiones.
    Un saludos y… espléndido artículo, lo disfruté y degusté con pasión. Ya sabes que el tema histórico me apasiona y permíteme felicitarte por él.

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  6. No dejo de alucinar contigo.
    Menudo post te has marcado!!
    Coincido con Pablo, a mí también me gusta la novela histórica, y este post me ha encantado.
    Tu forma de contarlo es tal dinámica que me ha dado pena llegar al final del texto.
    Aunque el origen de la expresión sea tan poco lujurioso.. A mí me gustan todos los platos. Los primeros, segundos, terceros… Como si es un menú degustación de 69 platos…!!
    Maravilloso blog tú tienes. Disfrutarlo puedo yo, al leerlo.
    Mil besitos como segundo plato.

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¡Qué bonito es comentaaar...! La, la, laaa